Al ser el coaching un proceso de acompañamiento, de estar en presencia en cada minuto de la interacción con el cliente, el lenguaje se convierte en una verdadera herramienta. Más allá de su función comunicativa tradicional, se transforma en la manera de compartir las ideas, simbolismos, representaciones y emociones más profundas, algo valioso en el momento de plantear preguntas, reflexiones y reflejos de nuestros clientes.
Según Echeverria (2017), en su tercer postulado del libro Ontología del lenguaje, “Interpretamos que los seres humanos se crean a sí mismos en el lenguaje y a través de él”; expresa una de las verdades más relevantes para el coaching, el cual es que a través de la palabra y de su significado emerge la creación y recreación de nosotros mismos, desde donde nos compartimos y expresamos.
Es en este sentido, la palabra que nuestro cliente nombra o enuncia en el momento de la definición de su objetivo se debe develar, comprender desde su punto de vista, con sus matices, significados profundos y simbolismos propios de él. Un gran error, es asumir que nuestra comprensión es la misma que la que expresa el otro, nuestro cliente.
Durante el proceso de profundización de la palabra y el sentido de esta, es cuando también el cliente logra encontrar una claridad absoluta acerca de su motivación, su dinámica y muchas veces de sus patrones de comportamiento relacionado con su propio objetivo a alcanzar en el proceso de coaching. La palabra como una herramienta de transformación.
Si estás en busca de un proceso de coaching, la apertura a compartir tu palabra también va a implicar muchas veces tomar el poder de cambiarla y modificarla, abrir nuestros ojos a un mapa de nosotros mismos que no habíamos explorado.
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