Una de las emociones más difíciles de comprender y más fáciles de sentir es “La Culpa”, y la coloco en mayúsculas por el impacto que tiene en nuestras vidas. ¿Cuántas veces nos hemos sentido culpables por alguna acción o pensamiento?, ¿desde qué edad aprendimos a identificarla?, ¿en qué parte de nuestro cuerpo la “sentimos”? ¿con qué otras emociones la relacionamos? si continuamos, encontraremos un listado casi interminable de cómo la culpa se presenta en nuestras vidas.
A todo esto, ¿qué es la culpa? Es una emoción que se encuentra en la gama de las sensaciones de disgusto, asociada a la vergüenza y al tormento. Visto de esta manera, es una emoción que se separa de una respuesta de supervivencia de la especie y pasa a ser la mediadora de una interacción social.
Al ubicarse en la categoría de las relaciones interpersonales, la emoción comunica el siguiente mensaje: “tu acción o inacción ha generado un mal a personas de tu alrededor o ha transgredido una norma moral interna.” Es decir, la culpa surge cuando nuestra conducta hace daño de manera intencional al otro, al realizar o no una acción que rompe una norma de convivencia, por ejemplo, agredir a una persona, gritarle para que haga lo que yo deseo, presionarlo de manera coercitiva para que cambie de parecer, no cumplir un acuerdo establecido que afecta a otros, etc.
Sin embargo, dentro de esta línea la culpa no es hacerme cargo de la emocionalidad de las personas con las que interactúo. Entonces, ¿lo que siento cuando percibo una reacción de dolor en otra persona por mi acción, es culpa? No. En este punto es importante preguntarnos, si realmente hubo una intención negativa y/o una acción de daño hacia el otro, en caso de que no sea así, es relevante identificar cual es la emoción que estoy sintiendo.
Por ejemplo, si necesito y deseo cambiar de carrera profesional, este deseo y futura acción de cambio es exclusivamente mi responsabilidad puesto que es únicamente benéfico para mi desarrollo personal, además de ser un tema que a corto, mediano y largo plazo me afecta directamente. Sin embargo, esta acción puede generar en otras personas sentimientos de tristeza, ambigüedad, incertidumbre (en este caso a mi madre).
Entonces la pregunta que te invito a realizarte para clarificar si lo que sientes es culpa sería: ¿estas emociones que se generaron, en este caso del ejemplo en mí madre, son responsabilidad mía? ¿lo hice con la intención de hacerla sentir mal? Si nuestra respuesta honesta a estas dos preguntas es “no”, entonces cuestionemos: ¿de quién es responsabilidad gestionar sus emociones y pensamientos de una acción que es decisión de otra persona (en este caso mía al cambiar de carrera)? Siguiendo este hilo, podremos darnos cuenta de que las emociones de mi madre son responsabilidad de ella y que mi papel es acompañarla, más no cambiar la decisión sobre mi nueva carrera.
Esta forma de abordar la emoción nos puede ayudar a disminuir “malentendidos” y evitar que nos olvidemos de nuestras necesidades y deseos por temor a sentir culpa. En el ejemplo anterior, si asignará a mis emociones de tristeza y vergüenza la etiqueta de culpa, podría cambiar mi decisión a estudiar una carrera que me disgusta, no disfruto y que me aleja de sentirme pleno.
Espero que estas palabras los apoyen a revisar o profundizar en las emociones que sienten cada vez que surja la etiqueta de “culpable”, puesto que como vimos puede tratarse de otra emoción o que estemos asumiendo la responsabilidad de gestionar las emociones de otras personas, limitándonos de alcanzar nuestra mejor versión.
Si sientes que este tema te sobrepasa y necesitas acompañamiento para poder revisar y clarificar tus emociones, cuenta conmigo.
Un abrazo
Mile
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